Dicen las
crónicas que corría el año de 1576, cuando en casa del lusitano Antonio de
Pereira se desarrolla una intriga sentimental de la esposa de éste. La india
Francisca, bella y sensual, despierta celos en la esposa del portugués, que
sospecha que entre ésta y aquel existen relaciones amorosas, no obstante ser
ella casada con el indio Gregorio. Llevada de celos, la dama hispana, Ana de
Peña, maltrata y azota a la india y en presencia del resto de la servidumbre le
corta los cabellos, perpetrando de este modo grave ofensa y humillación a la
nativa. Un indiecito tupe de nombre Antoñuelo, burlando la vigilancia, logra
escapar y acude al cacique de los tupes, Coroponiaimo, informándole de este
incidente. El Cacique monta en ira, comunica lo sucedido al resto de la tribu y
convoca una reunión con participación de sus aliados, entre otros, el Cacique
Coroniaimo, y allí, previas deliberaciones, se toman decisiones de ataque
contra los españoles para vengar la ofensa.
Itotos, cariachiles, tupes y chimilas adoptan la
estrategia y se van al ataque. A sangre y fuego, el 27 de abril se toman el
hato de Unyaimo, dando muerte a cada uno de los moradores que desesperados y en
medio del fuego, salían inútilmente a defenderse, pues incendiado en sus
cuatros costados por una lluvia de flechas, resulta vana la lucha por salvarse
y perecen irremediablemente. Librada la batalla, corajudos y triunfantes,
avanzan los indios guerreros al Valle de Upar, rodean por todos sus lados el
templo de Santo Domingo y penetran a las casas de sus alrededores. Como era
costumbre siempre que combatan, incendiaron todo y sin distingo de edad y sexo
sacrificaron a los españoles que encontraron, sobrepasando el medio centenar.
Según
refiere la leyenda, en el momento de la tropelía surge de entre el humo y las
llamas la figura deslumbrante y de tierno mirar de una hermosa mujer, que
recoge en su manto las flechas encendidas de los indios, evitando de ese modo
la destrucción del templo y mayores proporciones de la mortandad. Ante el
prodigio de esta aparición, los indígenas huyen despavoridos buscando
refugiarse en sus dominios; pero no es fácil ni tranquila su fuga porque el
europeo ha reaccionado violento, iniciando una persecución de exterminio bajo
el mando del Capitán Antonio Suárez De Flórez, manco y valiente conductor de la
Guardia Española.
Mientras
los indios libraban la batalla de a pie, los españoles la emprendieron contra
ellos debidamente montados a caballo. Esto permitió que remontando las sabanas
de Sicarare, llamadas posteriormente "Del Milagro", les dieran
alcance en la laguna del mismo nombre. Como los indios sabían que de llegar los
soldados a este punto estarían agotados y vencidos por la sed, procedieron a
envenenar las aguas de la laguna con barbasco, el cual les produciría una
intoxicación inmediata y la pérdida de todas sus fuerzas. En esas condiciones,
fácil le sería al nativo dar muerte y vencer a sus seguidores. Pero ¿qué
ocurrió? ¡He aquí lo inesperado! Nuevamente aparece la figura hermosa de la
mujer que surgió en el Templo, que ya los indios conocían, y con un báculo en
su mano, uno por uno, iba tocando a los envenenados y uno por uno volvían a la
vida. Se había operado el gran milagro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario